Vuestras guerras, nuestros muertos
París, 13 de noviembre: brutal cascada de atentados. Centenares de muertos y heridos. Una ola de terror recorre Europa. Todos los medios de comunicación se afanan en difundir el escalofrío. Hollande proclama que Francia está en guerra. La condena no sólo es unánime, sino uniforme. Pocas diferencias hay entre “El País, “La Razón” o “El Mundo”. Pedro Sánchez reitera el apoyo del PSOE al Gobierno Rajoy. A Ciudadanos le falta tiempo para apuntarse al pacto antiterrorista y hasta Podemos acude de “observador” a la cita del Gobierno por no quedarse fuera del tiro de cámara: en el colmo de su indefinición se pronuncia contra la guerra pero apoya la presencia de España en la OTAN. En las tertulias los “analistas” repiten los mismos tópicos hasta el aburrimiento. Es el escenario perfecto para que empiecen a sonar los tambores de guerra.
Y es también el escenario para que se formulen unas cuantas preguntas necesarias: ¿Por qué este terrorismo? ¿Cuál es su origen? ¿Cómo combatirlo? ¿Cómo nos afecta? ¿Qué hacer desde España? ¿Cuál debe ser la actitud de la Izquierda? Estas preguntas no pretenden ninguna justificación ni siquiera “explicación” de la masacre. Nadie cuestiona la culpa del fanático que aprieta el gatillo o desencadena el horror, accionando el explosivo. Pero ¿Quién ha armado su mano? ¿Quién ha inyectado el odio? ¿Quién financia su trama y promueve sus crímenes? ¿A quién le interesa la barbarie?
Fueron los EEUU y la CIA quienes inventaron y armaron a los talibanes contra el gobierno laico de Afganistán en los 80. De aquello nació Al-Qaeda. Fueron los Estados Unidos los que lanzaron la primera Guerra del Golfo. Los que años después redujeron Irak a cenizas en otra guerra, basada, como se demostró, en la mentira sobre las armas químicas. Fueron las potencias occidentales las que aprovecharon la “primavera árabe” para destruir Libia como país, para armar a los enemigos del gobierno de Siria e introducir miles de mercenarios en su territorio. Todo ello con la imprescindible colaboración económica y logística de Arábia Saudí, Qatar, Los Emiratos, etc. , es decir los regímenes más retrógrados del Medio Oriente, donde el verdugo continúa cortando manos a los ladrones de gallinas y lapidando a las mujeres que han osado apostar por su libertad.
Es al hilo de esa trágica historia como ha ido nutriéndose Al-Qaeda, el salafismo, el GIA argelino, los Hermanos Musulmanes, Al-Nusra y, al fin, el llamado Estado Islámico.
No es casual. EEUU y la Unión Europea, buscan desestabilizar la zona, aniquilando por la fuerza los Estados que no les son afines, para quedarse con la riqueza incalculable de sus hidrocarburos y asentar su dominio en un espacio de vital importancia geoestratégica. Las Monarquías del Golfo también quieren acabar con los Estados laicos de la zona y con su peligroso ejemplo en materia de servicios públicos, de educación, de avance en la emancipación femenina. Para ello desnaturalizan la religión musulmana y, desde su facción suní, fomentan el integrismo fundamentalista, lo financian, lo arman y lo nutren de fanáticos y mercenarios. Y será a partir de ese entramado como, a lo largo de años, se lanza la desestabilización de los países árabes laicos, desde Argelia hasta Siria. Hoy, el llamado Estado Islámico constituye una cara de la moneda. La otra, es el terrorismo en Europa, que, unido al aluvión de refugiados que huyen del desastre, crea en el continente el estado de opinión necesario para “justificar” una nueva guerra de rapiña en el Próximo Oriente.
Tratan de confundirnos, haciéndonos creer que el remedio contra el terrorismo es la guerra. Pero que caigan toneladas de bombas en Mosul o en Alepo no impide que una docena de fanáticos acierte a desencadenar más masacres en Europa.
Lo necesario es acabar con sus fuentes de financiación, entre otras la implicación de Turquía en la compra del petróleo robado a Irak y a Siria. Es devolver la paz y la estabilidad al mundo árabe, protegiendo la soberanía y el progreso de sus Estados, dando una solución al pueblo kurdo, deteniendo el flujo migratorio y amparando el retorno de los refugiados. Es dotarnos de unas medidas de seguridad eficaces, que no puedan usarse como pretexto para oponerse al imperio de la ley, ni mermar las libertades inherentes al Estado de Derecho.
En consecuencia, una actitud de izquierda exige tener en cuenta el interés de nuestra mayoría social y no el de las transnacionales petroleras y de las políticas imperialistas americanas o europeas, exige la solidaridad con unos refugiados que huyen a Occidente, precisamente de las guerras y el integrismo que Occidente sembró, y exige, por tanto, junto con la condena al terrorismo, la movilización popular por la paz y en contra de cualquier participación española en un conflicto armado.
Francisco de Asís Fernández, Secretario General del PCA