Grado, García Lorca y mis sueños

Grado, García Lorca y mis sueños

     

El sueño, esa hermosa facultad de trasladarnos en el espacio y en el tiempo, esa facultad de existir en otras vidas, perforaba la noche como miríadas de estrellas, en busca de momentos del pasado no vividos pero sí ansiados. ¡Deseaba desasirme del presente!
       Cabalgando a lomos de las olas del viento, por las extensas praderas de los oníricos sueños, me encontré con los poetas que el franquismo me birló cuando era niño, cuando era adolescente. Unos fueron muertos dejando inconclusa su obra; otros, los que tuvieron mejor suerte, huyeron al exilio y desde su nueva morada nos legaron obras de incalculable valor.
       

¡Cuántos se exiliaron interiormente, cuántos dejaron de expresar sus sentimientos, cuán grande fue el horror y el terror que consiguió amordazar a un pueblo impidiendo que nuevas generaciones florecieran en la poesía y otras artes!
       

Todos, no sólo yo, nos quedamos sin Lorca y sus Gitanos; sin Hernández, sus Nanas y sus Niños Yunteros; sin Machado y su Castilla; sin Juan Ramón y su Borrico; sin Rafael y la Mar, que nos regaló con acento andaluz; sin Cernuda y el sentimiento; sin?
       Nos robaron, durante tiempo y tiempo, millones de frases que no eran suyas, que nos pertenecían como pueblo. Tajaron la Historia a cuchillo deshaciéndose de lo mejor y más granado de la intelectualidad española, obligándonos a transitar por el desierto literario con libros clandestinos bajo el brazo. Crecimos sin los alquimistas de la palabra.
     

 Con el permiso de Morfeo y Crono asistí a la puesta en escena, en el año 32 del siglo pasado, en Grado, de los entremeses de Cervantes, La Cueva de Zalamea, El Pícaro hablador y la Guarda Cuidadosa. En el Bar Oriente, alrededor de unas tazas de humeante café, con Lorca y los componentes de La Barraca, deambulamos junto a Antoñito El Camborio (el gitano moreno de verde luna y bucles entre los ojos) por la Granada nazarí del Darro y del Genil, del Albaicín y del Sacromonte; por la Granada de la vida y la tragedia, entre olor a azahar y la frescura de las fuentes de la Alhambra.
       Los poemas de Federico se propagaban como las hondas sobre el agua, majestuosos y solemnes, intentando devolver a la palabra su dignidad de plaza pública, de vínculo social, de espacio compartido.

       “Quiero morir un rato,
       un rato, un minuto, un siglo;
       pero que todos sepan que no he muerto”
                                               García Lorca

       He conocido al poeta, como me fue posible, a través de los sueños y de los libros.

       Andrés Huerta Suárez